jueves, 2 de enero de 2014


Entonces, tras la nube negra, se alzó una legión de buitres hambrientos. No quedaba nada que roer. El sueño de la raza humana se había desvanecido en la memoria de las lozas de concreto, en las luminarias agonizantes de las alamedas. El vacío no saciaba la voracidad carroñera. Como velos negros cruzaban el cielo enrojecido, como si fuera una plaga infestando los hogares donde antes yacían las almas. ¡Dónde ha ido la gente! su sudor, su carne, sus fantasmas llorosos y vengativos. Todos han desaparecido. Resultó que tras la muerte no había más mundos que poblar, no había otro cielo, no había otro infierno; la existencia se condensaba en un punto del tiempo y en él, todas las pesadillas, los desvelos, los cuentos. Sólo lo que ha nacido muerto sobrevive en el limbo eterno de los espectros, como hace aún la ciudad y su progreso material...como ésta noche sobrevive el grito desgarrado de los carroñeros tras los pasos de los muertos.