La ceniza estaba casi petrificada cuando intentó estirar los
dedos. Un crujido acompañó su tronco al levantarse. Una brisa cálida, un cielo
gris con destellos rojos, un desierto para la mirada. No había allí más que
silencio ¡y fuego! llamaradas que soltaba la tierra desde sus fauces hirvientes
a unos pasos de su lugar. El hombre abandonado a su suerte en el infierno
despertaba tras un milenario sueño. Yacía allí desde que el tiempo había
quebrado su simetría con la conciencia. ¿Y el lamento, y el martirio y las filas
de deudores hacia la moral y la verdad? Nada de lo que contaban los viejos
había visto en su tránsito por aquel desierto; su castigo intemporal sería el
vacío y la desesperada búsqueda de un nombre, una definición, un guión que
seguir. ¡Recordaba! había caminado por aquel silencio distancias incalculables
hasta desmayarse. Ahora vislumbraba en la lejanía una forma grisácea ¡allá! ¡la
Puerta! Corrió hasta que la dura cáscara de granito que había empezado a
cubrirlo, como una cuna o una tumba, se convirtió en barro deslizado por el
sudor de su cuerpo. La tan ansiada salida le abrió sus fauces, a las que se
entregó jubiloso.
Llegó dibujando la sonrisa macabra de la esperanza demasiado
adelantada ¡Iluso! la travesía del alma que ha estado muerta en su regreso a la
vida humana es ardua y letal. Al cruzarla se encontró en un puente. El camino
ya no era el vacío, si bien fue lo primero que pensó al notar la negrura
inmensa de aquel profundo abismo, bajo sus pies. Tras dar los primeros pasos,
sintió un grito, una llamada ¡una pregunta! una declaración pactada por
fantasmas: he allí el agujero de los demonios. Demonio de incertidumbre de
realidades, de dependencia romántica y sanguínea, de somnolencia que adormece a
las muchedumbres, de pánico descubierto y abandono del conocimiento…uno a uno
fue dejando atrás con la velocidad del rayo, más en cada maniobra de lucha se
jugaba la cordura. Las garras de las
bestias pugnaban por alcanzar sus piernas y cuando se quedaba sin aliento, el
filo del puente y su gran portal lo salvaban de aquel limbo. Estiró su mano lastimada
con el último soplo de su espíritu y sus pies tocaron el mármol de un frío
suelo.
Se quedó de pie confuso; no sonaron las trompetas, no
bajaron los ángeles, ni parientes ni amantes fueron a su encuentro, ni bálsamo
cayó sobre sus heridas de batalla. Esperó.
Escuchó susurros…tras una puerta a su derecha. Escuchó
música y alaridos, tras una puerta a su izquierda. Y cantos de sirenas y
llamadas de guerra y bocinas y llantos y risas y quebrazón de cristales y
aullidos de lobos
y manifestaciones
bostezos
tardes grises de inviernos
respiración detenida en las despedidas
huesos crujiendo en los cementerios
nacimientos, rencuentros….
Camino transitado, camino cerrado, camino que bifurca la
decisión de los seres humanos. Se apilaban ante su vista los cerrojos inmisericordes,
gritándole desde sus gargantas metálicas, que sólo era un personaje nostálgico,
el sueño de algún gigante, un muñeco de infantiles dioses, probando suertes y
realidades, vagando eternamente en el palacio de los Mil Portales del universo
pensante.