lunes, 20 de octubre de 2014

"La Historia Interminable" de Michael Ende (primer análisis)



Lo leí por primera vez a los 11 años. Lo encontré encima de un mueble, olvidado y lo tomé casi como si no me fuera a permitir hacerlo. Recuerdo la primera página con la sensación de una caída libre, como si hubiera abierto una puerta hacia una realidad paralela.

Era oscuro, un cuento infantil, fantástico, pero oscuro, lúgubre, como un día nublado en el que se hace más difícil calcular las horas. Algo había en mí que me hizo conectar con ésa infancia que parecía quebrada, corrompida. Era un país entero que estaba desapareciendo: Fantasía. Un país que no tenía fronteras y que, sin embargo, era disminuido desde sus imposibles extremos hacia el centro por un fantasma: la Nada. Ser consumido por la Nada no dolía, era simplemente dejar de existir; tampoco se viajaba a través de ella ni se atravesaba ningun túnel de la muerte, pues ella era sólo el vacío; era peor que morir, sólo muere lo que ha estado vivo...era la inexistencia. Incluso tampoco era temida, salvo por algunos pocos "despiertos" que osaban escapar, la mayoría sentía, como bien dice el libro "una irresistible tentación de lanzarse a la Nada". Pueblos enteros, como poseídos dementes, ofrecían sus vidas a aquel inmenso vacío.

Pero la emperatriz infantil, aquella presencia inocente en la forma de una niña pequeña, que permanecía agónica en el centro de Fantasía, en una hermosa jaula de pétalos de cristal, sabía la verdad. Mientras su mundo se desvanecía y sus habitantes caían presos de la locura, ella comenzaba a morir. Su vida estaba atada a la existencia de Fantasía. Uno no podía seguir en pie si el otro sucumbía, como dos extremos de una misma cuerda, como dos dimensiones de la existencia, como la inteligencia (naturaleza mecánica) es a la mente (espíritu). Pero como éste último se resiste a apagarse y pelea hasta el último momento, la Emperatriz envía a un mensajero a buscar un salvador: Atreyu (mi único, gran y verdadero ídolo de la infancia) un niño de piel verde, frío guerrero, poco empático y al que sólo parece enternecerlo la relación con los animales (su caballo Artax, el dragón Fujur, el lobo ...siempre en relación con la tierra, conectado a la escencia animal y muy poca interacción con humanos). Pobre Atreyu, aún pasando con éxito muchas pruebas iniciáticas ¡hasta entró en el Templo de Uiulala! atravesando la puerta resguardada por las esfinges cuya mirada te convertía en piedra si sentían que tus propósitos no eran sinceros...y luego las otras dos puertas cuyo simbolismo ya descubriré. Aún así llegó donde la Emperatriz Infantil con las manos vacías, sin el salvador de Fantasía en persona. Más ésta, en su último aliento recurre hasta los mismos cimientos de la realidad, hacia la búsqueda del Viejo de la Montaña Errante, quien escribe toda la historia de Fantasía.

Y aquí llega la parte más mágica del asunto. Aquella última escencia, el corazón de todo, se hunde en sí mismo hasta un nivel imposible de encuentro, hasta que los dos polos que mantienen el equilibrio de la existencia se unen en un punto cero, haciendo que el tiempo desaparezca, que los muros dimensionales se derrumben. La Emperatriz, luego de atravesar un duro camino por el desierto montañoso y subir una infinidad de escaleras (el destino parece alejarse a cada paso que da), se encuentra con el huevo ¡sí! un huevo inquebrantable, en cuyo interior vive el Viejo de la Montaña, cuya mano escribe cada segundo de la existencia que fluye, cada pensamiento, cada palabra, cada suspiro. Un encuentro imposible entre la vida  y la muerte, entre el principio y el final (niña-viejo). El tiempo dentro del huevo se detiene por la lucha silente entre dos polos magnéticos irradiando la fuerza inmensa del caos. Ella le pide que lea toda la historia que ha escrito, él responde que es imposible, que todo acabaría si así lo hiciera, entonces la Emperatriz dice "para nacer es necesario morir". El viejo, deja de escribir y comienza a leer...todo tiembla, el huevo se rompe en mil pedazos, el mundo completo se destruye tras una hecatombe. Y luego de un vacío de la conciencia, Fantasía renace con la llegada del Salvador y comienza otra historia, la segunda parte del libro cuyo análisis vendrá más adelante.

¿No resulta terriblemente claro? La destrucción, que comienza lentamente cuando los sonámbulos se abandonan a la apatía, sólo es sentida cuando el dolor de la inexistencia, del no-ser comienza a ser sentido, lo que ocurre cuando gran parte de la vida ha sido consumida por la inactividad y el pensamiento no encuentra alimento en la información que recibe a diario. En ese momento, sólo el caos permite la llegada del nuevo orden: el retroceso hacia las bases mismas de lo que nos constituye como seres humanos y seres espirituales, la revisión de cada pasaje de la experiencia que se ha escrito continuada y mecánicamente sin espacios para lecturas, el encuentro entre los opuestos de nuestra personalidad manifiesta y latente, es decir, el rompimiento del Huevo Mental, la muerte de una baja conciencia y el renacimiento de una vida como seres despiertos.

domingo, 19 de octubre de 2014

momento


Preguntaste en qué pensaba cuando me quedaba tranquilita, mientras me abrazabas. No respondí y el momento pasó, pero siempre he sabido lo que pienso. Pienso en el roce de mi cara con tu ropa, pienso que tu mentón descansa sobre mi cabeza y que tus brazos me rodean. Me traigo al momento; olvido las mañas, las veces en que pienso en la soledad, los paseos solitarios, olvido planificar mis ratos libres del día siguiente para verte, olvido las risas y lo que pasa en la televisión. No quiero que exista la espera, sino la existencia del momento, la materia densa, ruda, la tela de tu polerón entibiándose en mi mejilla y el codo que presiona en el lugar equivocado de mi espalda, tus dedos enredándose en mi pelo, tu mirada que adivino preocupada, tu pensamiento maquinando los siguientes pasos. Ese es el momento, que borra cualquier idea distractora, incluso la connotación romántica que trae consigo las expectativas y los miedos. No hay sino dos presencias certeras, conjugadas en un tiempo y un espacio, en una realidad animal, en el sueño de las almas. Un momento físico al que ato mi conciencia, siempre tan desperdigada, siempre enloquecida y volátil; un momento en que enmudece todo el caos del universo.