En primavera, cuando tenía pena, salía a buscar aromos.
Aspiraba fuerte cuando estaba bajo uno de ellos, siempre estaban con aroma a
lluvia de septiembre, no importa en qué mes estuviera. Todos los años, las
caminatas largas bajo un sol que aparece a ratos, una parka que acalora a unos
cuantos pasos más allá, el río, el puente, la avenida Caupolicán, los
almacenes, el colegio verde. Por otro lado, la isla, la estación de trenes, de
vuelta el cementerio, el cerro. Así he pasado muchas tardes, alfombrando mi
memoria con las ramas de los árboles que florecen en la época donde la vida me
ha rozado con más balazos. Generalmente, la noche caía en soledad y yo, con mi
menudo cuerpecillo, reposaba sobre la almohada sueños amarillos, cansancio de
rodillas y quemazón de talones, acabando con la espera diaria, ingenua e infundada, de las sombras.