lunes, 10 de noviembre de 2014

Abstracción


La ceniza estaba casi petrificada cuando intentó estirar los dedos. Un crujido acompañó su tronco al levantarse. Una brisa cálida, un cielo gris con destellos rojos, un desierto para la mirada. No había allí más que silencio ¡y fuego! llamaradas que soltaba la tierra desde sus fauces hirvientes a unos pasos de su lugar. El hombre abandonado a su suerte en el infierno despertaba tras un milenario sueño. Yacía allí desde que el tiempo había quebrado su simetría con la conciencia. ¿Y el lamento, y el martirio y las filas de deudores hacia la moral y la verdad? Nada de lo que contaban los viejos había visto en su tránsito por aquel desierto; su castigo intemporal sería el vacío y la desesperada búsqueda de un nombre, una definición, un guión que seguir. ¡Recordaba! había caminado por aquel silencio distancias incalculables hasta desmayarse. Ahora vislumbraba en la lejanía una forma grisácea ¡allá! ¡la Puerta! Corrió hasta que la dura cáscara de granito que había empezado a cubrirlo, como una cuna o una tumba, se convirtió en barro deslizado por el sudor de su cuerpo. La tan ansiada salida le abrió sus fauces, a las que se entregó jubiloso.

Llegó dibujando la sonrisa macabra de la esperanza demasiado adelantada ¡Iluso! la travesía del alma que ha estado muerta en su regreso a la vida humana es ardua y letal. Al cruzarla se encontró en un puente. El camino ya no era el vacío, si bien fue lo primero que pensó al notar la negrura inmensa de aquel profundo abismo, bajo sus pies. Tras dar los primeros pasos, sintió un grito, una llamada ¡una pregunta! una declaración pactada por fantasmas: he allí el agujero de los demonios. Demonio de incertidumbre de realidades, de dependencia romántica y sanguínea, de somnolencia que adormece a las muchedumbres, de pánico descubierto y abandono del conocimiento…uno a uno fue dejando atrás con la velocidad del rayo, más en cada maniobra de lucha se jugaba la cordura. Las  garras de las bestias pugnaban por alcanzar sus piernas y cuando se quedaba sin aliento, el filo del puente y su gran portal lo salvaban de aquel limbo. Estiró su mano lastimada con el último soplo de su espíritu y sus pies tocaron el mármol de un frío suelo.

Se quedó de pie confuso; no sonaron las trompetas, no bajaron los ángeles, ni parientes ni amantes fueron a su encuentro, ni bálsamo cayó sobre sus heridas de batalla. Esperó.
Escuchó susurros…tras una puerta a su derecha. Escuchó música y alaridos, tras una puerta a su izquierda. Y cantos de sirenas y llamadas de guerra y bocinas y llantos y risas y quebrazón de cristales y aullidos de lobos
y manifestaciones
bostezos
tardes grises de inviernos
respiración detenida en las despedidas
huesos crujiendo en los cementerios
nacimientos, rencuentros….


Camino transitado, camino cerrado, camino que bifurca la decisión de los seres humanos. Se apilaban ante su vista los cerrojos inmisericordes, gritándole desde sus gargantas metálicas, que sólo era un personaje nostálgico, el sueño de algún gigante, un muñeco de infantiles dioses, probando suertes y realidades, vagando eternamente en el palacio de los Mil Portales del universo pensante. 

lunes, 20 de octubre de 2014

"La Historia Interminable" de Michael Ende (primer análisis)



Lo leí por primera vez a los 11 años. Lo encontré encima de un mueble, olvidado y lo tomé casi como si no me fuera a permitir hacerlo. Recuerdo la primera página con la sensación de una caída libre, como si hubiera abierto una puerta hacia una realidad paralela.

Era oscuro, un cuento infantil, fantástico, pero oscuro, lúgubre, como un día nublado en el que se hace más difícil calcular las horas. Algo había en mí que me hizo conectar con ésa infancia que parecía quebrada, corrompida. Era un país entero que estaba desapareciendo: Fantasía. Un país que no tenía fronteras y que, sin embargo, era disminuido desde sus imposibles extremos hacia el centro por un fantasma: la Nada. Ser consumido por la Nada no dolía, era simplemente dejar de existir; tampoco se viajaba a través de ella ni se atravesaba ningun túnel de la muerte, pues ella era sólo el vacío; era peor que morir, sólo muere lo que ha estado vivo...era la inexistencia. Incluso tampoco era temida, salvo por algunos pocos "despiertos" que osaban escapar, la mayoría sentía, como bien dice el libro "una irresistible tentación de lanzarse a la Nada". Pueblos enteros, como poseídos dementes, ofrecían sus vidas a aquel inmenso vacío.

Pero la emperatriz infantil, aquella presencia inocente en la forma de una niña pequeña, que permanecía agónica en el centro de Fantasía, en una hermosa jaula de pétalos de cristal, sabía la verdad. Mientras su mundo se desvanecía y sus habitantes caían presos de la locura, ella comenzaba a morir. Su vida estaba atada a la existencia de Fantasía. Uno no podía seguir en pie si el otro sucumbía, como dos extremos de una misma cuerda, como dos dimensiones de la existencia, como la inteligencia (naturaleza mecánica) es a la mente (espíritu). Pero como éste último se resiste a apagarse y pelea hasta el último momento, la Emperatriz envía a un mensajero a buscar un salvador: Atreyu (mi único, gran y verdadero ídolo de la infancia) un niño de piel verde, frío guerrero, poco empático y al que sólo parece enternecerlo la relación con los animales (su caballo Artax, el dragón Fujur, el lobo ...siempre en relación con la tierra, conectado a la escencia animal y muy poca interacción con humanos). Pobre Atreyu, aún pasando con éxito muchas pruebas iniciáticas ¡hasta entró en el Templo de Uiulala! atravesando la puerta resguardada por las esfinges cuya mirada te convertía en piedra si sentían que tus propósitos no eran sinceros...y luego las otras dos puertas cuyo simbolismo ya descubriré. Aún así llegó donde la Emperatriz Infantil con las manos vacías, sin el salvador de Fantasía en persona. Más ésta, en su último aliento recurre hasta los mismos cimientos de la realidad, hacia la búsqueda del Viejo de la Montaña Errante, quien escribe toda la historia de Fantasía.

Y aquí llega la parte más mágica del asunto. Aquella última escencia, el corazón de todo, se hunde en sí mismo hasta un nivel imposible de encuentro, hasta que los dos polos que mantienen el equilibrio de la existencia se unen en un punto cero, haciendo que el tiempo desaparezca, que los muros dimensionales se derrumben. La Emperatriz, luego de atravesar un duro camino por el desierto montañoso y subir una infinidad de escaleras (el destino parece alejarse a cada paso que da), se encuentra con el huevo ¡sí! un huevo inquebrantable, en cuyo interior vive el Viejo de la Montaña, cuya mano escribe cada segundo de la existencia que fluye, cada pensamiento, cada palabra, cada suspiro. Un encuentro imposible entre la vida  y la muerte, entre el principio y el final (niña-viejo). El tiempo dentro del huevo se detiene por la lucha silente entre dos polos magnéticos irradiando la fuerza inmensa del caos. Ella le pide que lea toda la historia que ha escrito, él responde que es imposible, que todo acabaría si así lo hiciera, entonces la Emperatriz dice "para nacer es necesario morir". El viejo, deja de escribir y comienza a leer...todo tiembla, el huevo se rompe en mil pedazos, el mundo completo se destruye tras una hecatombe. Y luego de un vacío de la conciencia, Fantasía renace con la llegada del Salvador y comienza otra historia, la segunda parte del libro cuyo análisis vendrá más adelante.

¿No resulta terriblemente claro? La destrucción, que comienza lentamente cuando los sonámbulos se abandonan a la apatía, sólo es sentida cuando el dolor de la inexistencia, del no-ser comienza a ser sentido, lo que ocurre cuando gran parte de la vida ha sido consumida por la inactividad y el pensamiento no encuentra alimento en la información que recibe a diario. En ese momento, sólo el caos permite la llegada del nuevo orden: el retroceso hacia las bases mismas de lo que nos constituye como seres humanos y seres espirituales, la revisión de cada pasaje de la experiencia que se ha escrito continuada y mecánicamente sin espacios para lecturas, el encuentro entre los opuestos de nuestra personalidad manifiesta y latente, es decir, el rompimiento del Huevo Mental, la muerte de una baja conciencia y el renacimiento de una vida como seres despiertos.

domingo, 19 de octubre de 2014

momento


Preguntaste en qué pensaba cuando me quedaba tranquilita, mientras me abrazabas. No respondí y el momento pasó, pero siempre he sabido lo que pienso. Pienso en el roce de mi cara con tu ropa, pienso que tu mentón descansa sobre mi cabeza y que tus brazos me rodean. Me traigo al momento; olvido las mañas, las veces en que pienso en la soledad, los paseos solitarios, olvido planificar mis ratos libres del día siguiente para verte, olvido las risas y lo que pasa en la televisión. No quiero que exista la espera, sino la existencia del momento, la materia densa, ruda, la tela de tu polerón entibiándose en mi mejilla y el codo que presiona en el lugar equivocado de mi espalda, tus dedos enredándose en mi pelo, tu mirada que adivino preocupada, tu pensamiento maquinando los siguientes pasos. Ese es el momento, que borra cualquier idea distractora, incluso la connotación romántica que trae consigo las expectativas y los miedos. No hay sino dos presencias certeras, conjugadas en un tiempo y un espacio, en una realidad animal, en el sueño de las almas. Un momento físico al que ato mi conciencia, siempre tan desperdigada, siempre enloquecida y volátil; un momento en que enmudece todo el caos del universo.

jueves, 11 de septiembre de 2014

pasa que



Pasa que estoy aquí, tirada en la cama, sintiendo que el año se me escapa, pero al mirar el reloj descubro que los minutos se han quedado pegados en mis dedos. No existe tal evasión. La idea de la mente congelada es la ilusión del sí mismo, el consuelo del tiempo. El mundo avanza. Yo lo intento, pero mis pies se hunden en el cemento que derrite el primer sol de septiembre.
Pasa que ya no me quedan palabras. Me ha asesinado el academicismo. Éso pienso cuando deambulo en las tardes vacías, que yo misma me he ocupado de vaciar de compromisos. No hay más responsabilidad que la del hombre para con su alma atormentada. Y así, vaciando el día entre cerro y cementerio, intento vaciar tu imagen de  mi memoria. Pero las formas y colores te reconstruyen en todos los espacio "por aquí fue donde me oíste preguntar por qué caían las abejas, porque acá te dió el sol en el rostro mientras me mirabas, el sol de las cinco de la tarde del abril iluminado." Porque allí tus ojos se volvieron los ojos más amados, porque en ése momento me uní a ti sin que lo supieras.
Y si la luz te abandona, encenderé mil hogueras en tu sótano negro. Por momentos, la rabia no me deja dormir. Observo el aleteo de los murciélagos interrumpiendo tu sueño y, enfurecida, aprendo a hablar el idioma de las bestias para reclamar tu cuerpo. Mas tu no me ves. Mi voz se vuelve el silbido de una efímera corriente; mi cuerpo no es más que niebla opaca ante tu mirada.
Pero permanezco y contra tus exigencias, me quedo.
Y lloro y temo y acaricio la muerte. Pero éstos deseos, reconocidos como propios de la desesperación y el desenfreno de la conciencia, quedan bajo cientos de velos de autocontrol. Entonces, vuelvo a caminar, a sonreir, a responder. Pero ahora te digo que dentro de mí permanece la imagen de la mujer aterrada, suplicando "no te vayas, no te vayas..."
No existen más explicaciones para la sensaciones. Pronto el movimiento dejará también de existir. No importa si mis cogniciones siguen funcionales, el alma arrebatad se irá contigo donde tu vayas. No es un teorema, no es un despliegue de dotes narrativos, es, por primera vez, una lágrima sin disfraces.

domingo, 29 de junio de 2014

ciclo

Mi alma es salvaje e incomprensible
mi grito es animal
soy una víbora atravesando pastizales incendiados
soy luciérnaga iluminando la senda de las fieras
y así mismo, soy también la fiera
que preñada de tierra derrama su descendencia por el mundo
como una madre insensata y aclamada por su barvarie indolente
como una creación que se pare a sí misma una y otra vez
entre la soledad del camino
y el festival estrepitoso de la manada victoriosa

Así dejo legado de insurrección verdosa tras la muerte de los árboles
mientras se me adorna la memoria de  raíces

y brotando otra vez hacia la superficie
me erijo y florezco como la vida eterna
más mortuoria y  siniestra
más bondadosa y tierna

soy el ciclo
soy la raza
soy la historia

jueves, 2 de enero de 2014


Entonces, tras la nube negra, se alzó una legión de buitres hambrientos. No quedaba nada que roer. El sueño de la raza humana se había desvanecido en la memoria de las lozas de concreto, en las luminarias agonizantes de las alamedas. El vacío no saciaba la voracidad carroñera. Como velos negros cruzaban el cielo enrojecido, como si fuera una plaga infestando los hogares donde antes yacían las almas. ¡Dónde ha ido la gente! su sudor, su carne, sus fantasmas llorosos y vengativos. Todos han desaparecido. Resultó que tras la muerte no había más mundos que poblar, no había otro cielo, no había otro infierno; la existencia se condensaba en un punto del tiempo y en él, todas las pesadillas, los desvelos, los cuentos. Sólo lo que ha nacido muerto sobrevive en el limbo eterno de los espectros, como hace aún la ciudad y su progreso material...como ésta noche sobrevive el grito desgarrado de los carroñeros tras los pasos de los muertos.