Te amo cuando te vas y te quedas como una fotografía en
mi cabeza, salvándome del silencio estático de mis pensamientos. Y es que
pensar me asesina lentamente los nervios, porque la solución a la vida es inexistente,
porque no se encuentra el sentido buscando explicaciones
Pero tú, tú te quedas en tu propia inexistencia, en medio de
una jungla de fieras efímeras, sin nada bajo la sábana que encubre el vacío de
sus almas. Te quedas como si no fueras a desaparecer o morir jamás, como si
hubieras grabado con tu aliento la ventana empañada por la que miro el mundo. Y
ansío tu permanencia sobre la tierra como ansío mi presencia ante tu puerta.
Nada podría ser eterno, excepto la certeza de amarte como si la baja naturaleza
humana no tocara jamás ése rincón de mis sentimientos, ése rincón para venerar
tus momentos en silencio, como venero a los santos que rechazan el cielo a
cambio de un minuto de rebelión.
Así, mi amor se obsesiona con la perfección de su expresión.
Busca gritos que resuenen melódicos en el oído de los dioses a los que encargo
tu destino, como una ofrenda colérica de bestialidad femenina. Repito en sus
oídos “aléjalo de los sátiros y el terror infrahumano, aléjalo de la soledad y
el espanto, de la tristeza acuosa que derrama su lagrimal en las noches
largas, donde no ve ni siente, cuando lo
visita la bruma, cuando mi mano no llega a su frente a calmar sus sueños cuando
se pueblan de espectros, cuando soy una figura que se desdibuja en su memoria,
cuando es irreal hasta la tierra en que se posa”. Ellos me escuchan, conmovidos
por la frágil fiereza de mi pasión. Es así como sobrevivo a las horas, es así
como sobrevivo en los resbaladizos abismos y el movimiento del péndulo al que
se aferra el tiempo.
He vivido otra realidad, viajo entre mundos nocturnos y te
llevo conmigo para mostrarte maravillas que la raza humana, en su inconsciencia
colectiva, no vislumbra ni en sus pesadillas ni en sus devaneos poéticos. Te
llevo conmigo por la línea divisoria entre el cielo y el infierno, por la
frontera de la vigilia y el sueño, por el límite entre tenernos y
perdernos a cada instante, en cada
parpadear de los siglos, en cada abrazo que compartimos con la eternidad.