domingo, 29 de agosto de 2010

Mala




¡Mala!
Por oír, ver y gritar, y una sarta de blasfemias escupir por la boca y la cabeza.
Pero yo perdono a dios por no mostrar misericordia ¿y él? se aleja cantando del brazo de sus santos.
Mala por no saber y por malhablar. Por sonreir a los días que nos taladran la cabeza, por engullir de un trago la pereza y el nunca jamás de los sentimientos.
Qué sabe la gente sobre las buenas intenciones, sobre los versos de amor podridos y las verdades que callamos los conmovidos del infierno. Y qué sabrá la gente del arrepentimiento y la soledad.
Maldad del útero y la cuna, y de la sobremesa apestando a licor los domingos; las lunas acariciando los rieles del tren de la infancia y la noche abrazándonos, como a gatos, cruzando calles y maldiciendo pecados, sueños, deseos.

Maldad de falta de culpa y de poca esperanza, de incredulidad y ateísmo corrompido por la ilusión del error añorado. Por saberes nublados de espanto tras despertares en suelos mojados y techos volados. Que se nos volvió abandono el auxilio y muerte la juventud, buscando de trazos en el camino, pegando palabras para engañarnos y hacernos creer que escuchamos cantos. Y nunca un sí o un no, sólo un vacío que no poblaba el llanto ni el dolor; apenas un sonido apagado de malestar jaquecoso, y tinta gelatinosa adhiriéndose a los zapatos, como velas en tortas de fallidos cumpleaños y súplicas de limosna de los años largos.

Así es la historia fantasma de las niñas malas, y las almas negras que encierran las fiestas en memorias ajenas.

Niñas malas
mujeres locas
hembras no aptas

Y el corazón ahumado que se agita en sus pechos con latir más rápido que el paso de las locomotoras de pasajeros apurados a su cita con la emancipación. Pero sin sangre, dicen sus madres ¡sin sangre!. Apartadas de la línea roja de la vital obra, como manchas de polvo en los delantales de los infantes.

Mala, pérfida, demoníaca ¡calla, calla ahora y tal vez la vida no te delata!
Calla y las sobras de las buenaventuranzas podrán caer gota a gota sobre tu rostro, para lavarte con escencia bendita ésa sucia alma de rata.

Querida, que la sal purifique tu herida, y así vendrás de nuevo tú, mi niñita, a besar mi mano y dormitar en mi regazo.

Pero de qué material es el odio que no te desmancha la frente, y sigues marcada y marginada, como tus pensamientos, que más parecen brujos ardiendo en el caldero.

¡Vete, entonces, mala, a danzar con las otras malas!
y beban de su cáliz el martirio para sus vientres frágiles, y díganle a las hienas que andan buscando otras madres, y díganle a las estrellas que sus estelas ya no brillarán como diamantes; que su riqueza es la inconsciencia de la ausencia y su mirada, faros de locura en llamas.